Me crié en una familia donde el lema siempre fue “lo que pensás lo
creás”. Soy una persona visual asi que todos mis pensamientos suelen venir
acompañados de imágenes. Muchas veces, mis auto - conversaciones eran
películas lindas. Como cuando a mis 10 años decidí ser locutora comercial y me
visualicé trabajando en FM Rock and Pop con mis artistas favoritos. Para cuando
tuve 20 años ese sueño lo cumplí. Mi película se hizo realidad. ¿Lo pensé
y lo cree?
La particularidad que tuvo mi infancia es que validaban mis creencias como
las de cualquier otro adulto de la casa. Entonces si yo escuchaba una voz en mi
interior que decía: - "Encendé la radio que están pasando tu banda
favorita" yo me levantaba de la mesa en pleno almuerzo, avisaba lo que
estaba por hacer y a nadie le parecía raro cuando encendía la radio y
efectivamente estaba sonando Soda Stereo.
De joven en la secundaria empecé a notar que también había una voz nociva en mi cabeza que antes de cualquier examen solía hacerme sufrir contándome relatos de terror en donde yo no aprobaba o justo me preguntaban algo que no sabía.
Tanto los relatos lindos como los pesadillescos se veían igual de nítidos y verdaderos en mi cabeza. Cuando eso pasaba yo sentía cómo todo mi cuerpo colapsaba. Muchas ganas de irme a dormir, flojera en las piernas y desgano absoluto para todo lo que implicara mover un dedo. A partir de lo que me decía internamente mi cuerpo y mi ánimo se caían.
Me acostumbré a creer que eso era normal y que a todos nos pasaba lo
mismo.
El parloteo mental puede tener el poder de frenarnos… o de expandirnos.La diferencia está en cómo decidimos escucharlo y responderle. No se trata de magia, ni de repetirnos frases bonitas esperando que todo cambie de un día para otro, ese es un pensamiento infantil.
En mí el cambio apareció el día que por fin me pude cuestionar un pensamiento y elegir hablarme distinto.
Aprendí ejercicios y herramientas que me ayudaron a detectar qué palabras, imágenes y frases (propias y heredadas), eran nocivas para mi y cómo al repetirlas en automático (sin pensarlas) se me volvían creencias.
Dando clases en escuelas de locución y doblaje, empecé a indagar a mis alumnos acerca de qué cosas se decían cuando estaban a punto de rendir un examen. Los resultados arrojaron datos sorprendentes. La mayoría no solo no se alentaba sino que además se castigaba. La mayoría se criticaba fluctuando entre exigirse desde “las expectativas” o desde “el ideal” de cómo debían desenvolverse.
Pocos se daban cuenta de responsabilizarse por el tiempo dedicado al entrenamiento y trabajo.
Otros que sí se preparaban y entrenaban rendían exámenes muy buenos pero para ellos no eran suficientes. La autoexigencia los absorbía y perdían la frescura de lo espontáneo. Sonaban perfectos pero no transmitían nada, estaban congelados.
Entonces ¿Cómo ser creativos y estar disponibles para los cambios si llegamos al atril con tantas pretensiones de hacerlo perfecto? ¿Será que en la vida nos pasa algo parecido? ¿Nos hacemos cargo de nuestras propias toma de decisiones o preferimos caer en el personaje de víctima y echar la culpa afuera?
Lo que las personas nos contamos a nosotros mismos antes de exponernos a ser evaluados es, muchas veces, una catarata de palabras y frases aprendidas que nos repetimos en loop sin darnos cuenta. A veces esos relatos nos llevan a buenos lugares y logramos los objetivos y otras simplemente nos desploman y nos hacen perder las pocas fuerzas que nos quedan.
¿Qué nos sucede en el cuerpo ante tanta crítica y maltrato? ¿Cambia algo
cuando escuchamos una voz que nos alienta e inspira?
Empezar a observarnos y liderarnos desde nuestros relatos es una forma
de autoconocernos.
¿Desde qué lugar valido mi voz crítica y descarto la que me
alienta?
La "voz" que nos exige, lo hace tanto por su forma como por su
contenido. Por eso en esos momentos es mejor aprender a llevarnos de la mano y
dialogar con esa voz para agradecerle por habernos cuidado todo este tiempo y ofrecerle
un trabajo nuevo: Que nos cuente un relato distinto, uno que nosotros le enseñaremos para que nos ayude a encontrar otro estilo de vida distinto.
Cuando detectamos y modificamos un relato nocivo nuestro semblante cambia y el cuerpo y la emoción se
sienten agradecidos.
Elegir hablarnos desde un lugar que destaca y valora primero "lo
que hay" antes de distinguir y criticar "lo que falta" es un
ejercicio que libera tensiones y nos hace crecer y madurar. Mejorar el trato con
nosotros mismos hará que nuestros entornos también fluyan.
Identificar qué cosas quería seguir diciéndome y qué cosas quería dejar
de contarme fue clave para comenzar a debilitar mis relatos fantasmagóricos y
poner esa energía (que antes me consumía) al servicio de mi creatividad para
contarme nuevas historias. Unas que me lleven lejos y que sean posibles para mi. Gracias al entrenamiento pasé de
estar en un estado de hipervigilancia constante a uno de relajación y foco al
mismo tiempo.
Auto observarnos puede que sea una tarea de tiempo completo pero y si te dijera que gracias a eso un día la
paz mental se va a instala en tu vida ¿no probarías para ver de qué se
trata?
Si tu voz te contara un relato nuevo ¿Qué te contaría?
Mariela Alvarez
“Esto es demasiado difícil para mí.”
Esta frase, repetida en silencio, reduce nuestras opciones. Nos pone un
techo antes de intentarlo. Pero si cambiamos una sola palabra, nuestra
percepción y nuestras posibilidades se abren:
“Aunque esto es desafiante, elijo aprender a resolverlo.”
¿Ves la diferencia? Pasamos de una frase cerrada y limitante a una
declaración de apertura y compromiso.
- Identificá el obstáculo y nombralo. Decirlo en voz alta o escribirlo ya le quita peso.
- Cambiá la palabra limitante por una de apertura. Ejemplo: “difícil” → “desafiante”.
- Elegí una acción que hoy esté a tu alcance y comprometete a cumplirla. El compromiso es con vos, con nadie más.
Cada palabra que elegimos es como la lente de una cámara: puede enfocar los problemas o las posibilidades.
No se trata de “pensar en positivo” sin más, sino de diseñar un lenguaje que te guíe en la dirección que querés ir.
Ese cambio empieza por algo tan pequeño como reemplazar una palabra. Y, como cualquier entrenamiento, cuanto más lo practiques, más natural y poderoso se vuelve.
💡 Recordá: Transformar tu parloteo mental no es un acto de magia… es un acto de
compromiso. Y ese compromiso empieza con la próxima frase que te digas…
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