Del
ruido a la voz que sabe más.
El ruido dice: “No soy tan buena como los demás”.
La voz que sabe más responde: “Mi camino no es igual al de nadie”.
En mi juventud, ese ruido era incesante. Me miraba al espejo y comparaba mis
rulos con el pelo lacio de las demás chicas. En mi cabeza, la belleza y el
éxito siempre eran sinónimos de lo que yo no era.
Más tarde, en mi carrera como locutora y actriz de doblaje, la comparación
se disfrazó de métrica de éxito. Mi termómetro era la cantidad de castings que
ganaba y los papeles que conseguía. Si trabajaba mucho, estaba en la cima. Si
no, mi voz “no servía”. Sin darme cuenta, había convertido la comparación en mi
brújula, y esa brújula me llevaba siempre al mismo lugar: la sensación de no
ser suficiente.
El ruido juzga. El ruido limita. El ruido encierra en una jaula de
expectativas ajenas.
Me frustraba por no ser la voz del personaje de moda, aunque ya había dado vida
a otros que se habían vuelto parte de la memoria colectiva.
Con el tiempo entendí algo clave: la industria artística es subjetiva. No se
trata de hacerlo bien o mal, sino de encajar con lo que ese proyecto requiere.
No era una cuestión de valía personal, sino de encajar.
Un día, esa comprensión cobró fuerza. Años después de grabar una canción
sobre la carne argentina para un personaje animado llamado Asadorito, me crucé con
personas que la recordaban de memoria. Había sido parte de su infancia. Yo, que
la había grabado con libertad y sin la presión del resultado, no sabía del
impacto que había tenido, porque todavía no existían las redes sociales. Ahí
entendí lo esencial: el verdadero valor de mi trabajo no estaba en la fama
inmediata, sino en el eco que dejaba en los demás.
Del juicio a la libertad
La observación más importante fue conmigo misma. Comprendí que mis “errores”
no eran pruebas de que no servía, sino información valiosa para crecer. Dejé de
mirar los logros ajenos como una amenaza y comencé a celebrarlos junto con los
míos. Si a mí me había ido bien, otros también podían triunfar. Y en lugar de
sentir competencia, empecé a sentir inspiración.
Así rompí con una creencia muy instalada en la carrera de locución: la idea
de que el universo de las voces estaba reservado para unos pocos.
Puse el foco en mí. Compartí experiencias con colegas, aprendí de ellos y
tracé mi propio camino. Quería estar en la industria, sí, pero siendo yo misma.
A los pocos años, con varios protagónicos en mi haber, un colega me sugirió
que enseñara lo que sabía. Ese consejo encendió una nueva pasión: la docencia.
Descubrí la alegría de decirles a otras voces que sí se puede,
que cada timbre tiene su singularidad y su lugar en el mundo.
Hoy, lejos de la industria y consciente de que las voces artificiales ya
replican lo que alguna vez fue nuestro terreno exclusivo, mi propósito es otro:
ayudar a rediseñar las voces interiores. Acompañar a quienes quieren
reinventarse. Mostrarles cómo poner su voz —la verdadera, la propia— al
servicio de lo que siempre quisieron decir, y no pudieron, porque estaban
ocupados leyendo el guion de otros.
En el ruido hay juicio.
En la voz que sabe más, hay permiso.
Tu voz interior es un diseño que podés perfeccionar cada día. Es hora de
dejar de compararte, de recitar palabras que no son tuyas y de empezar a
escribir tu propio guion.
¿Estás lista/o para rediseñar tu voz interior y contar la historia que
siempre quisiste?
👉 Para seguir explorando cómo el lenguaje
puede cambiar tu vida, seguime en Instagram @otramarieladistinta.
Comentarios
Publicar un comentario